Capítulo I

 

I

FAROL

 

“...Me pareció ver un pozo, que era el pasado... También da

vértigo el futuro... Lo imagino como un precipicio al revés...”

Adolfo Bioy Casares: Diario de la guerra del cerdo.

 

Brindó consigo mismo por la vida. A pesar de la monotonía en la que eran presos los días. A pesar de las noches desveladas. Los horrores para despertar. Las tardes sin sentido. A pesar de navegar a la deriva, perdido en un mar de acontecimientos fijados de antemano. Abandonado en el abismo que era su alma, consumiendo las inútiles horas con añoranzas y lamentos. Hundido en el manso esfuerzo por no cambiar nada, observó un cielo limpio.  Un año nuevo iba a comenzar… o no, porque todo indicaba que algo raro pasaba con el Tiempo. Si bien los relojes continuaban latiendo y los días precedían a las noches como siempre había ocurrido, la sucesión de los instantes ya no tenía el mismo sentido. La mayor parte del tiempo, la ciudad permanecía cubierta por nubes de tormenta. A veces, un resquicio entre los nubarrones permitía el paso de la luz.  Salía el sol unos instantes, para después ocultarse durante semanas enteras. En ocasiones era visble la luna. Por otra parte, la naturaleza parecía sumida en un otoño perpetuo. Con horror, había descubierto que las transmisiones que captaba su radio no venían de ningún lugar en especial. Ni siquiera de un tiempo concreto. Algunos programas eran repetidos y anunciaban noticias de años anteriores. Otras emisiones, en cambio, se referían a hechos del futuro, acontecimientos que no conocía porque se hallaba en 1988... ¿O no era así?

Los seres que vivían en la ciudad eran de la más diversa índole. La mayoría pertenecía a la raza de los espíritus terrosos o terragos, como se hacían llamar ellos. Eran altos y en general de una delgadez extrema. Tenían rasgos humanos, pero algunos se asemejaban mas a los escuerzos, tanto por el tipo de piel como por el color. Sus orejas eran enormes y agudas. Estos, junto a los enanos que había conocido el primer día, eran los que se dedicaban a la mayor parte de los oficios y profesiones que desempeñaban los humanos. En cambio, otras criaturas vivían de las formas más misteriosas. Por ejemplo, ciertos tipos de seres llamados flagaes o lares, se dedicaban a custodiar esquinas, casas, rincones, kioscos de diarios o monumentos históricos. Otros seres habitaban las fuentes, vivían en los arboles o en aquellos barrios que antiguamente fueron montes. Algunos bajo tierra. Otros en el aire...  existía toda una constelación de entidades que era casi imposible de clasificar…

Oyó el tañido de la campana de una iglesia que alguien había sacudido al dar las doce. Curiosamente, escuchó nueve campanadas.

-Feliz año nuevo- dijo. Después bebió su copa y se retiró a dormir.

Estaba bajo las sábanas cuando alguien tocó tres veces el timbre de la casa.

“¿Quién será?”- pensó-“nunca nadie llamó en todo este tiempo”

Abrió la puerta  y se encontró frente a la figura de un anciano alto, de barba blanca, que tenía un cayado en su mano izquierda y un farol en la derecha. Parecía humano, pero el leve color verde de la piel desmintió su apariencia. Vestía una túnica gris, la cual incluía una capucha que colgaba por detrás. Encima de los hombros llevaba un manto que le cubría la espalda.

-¿Qué quiere?- preguntó el dueño de casa.

-Soy el que cierra un ciclo para que comience otro -dijo el visitante -.  Vengo a cerrar sus últimos momentos.

El hombre se detuvo un instante a pensar.

“Ya no se que creer. Es una locura. Seguro que es una materialización del año que se va”. –reflexionó- “Si viene a buscar mi pasado más reciente  seguro querrá todos mis recuerdos también”

-Yo no colecciono memorias –afirmó el extraño que pareció leer sus pensamientos.

-Y cuando se cierra un ciclo, ¿adónde va a parar lo vivido?

-Al Depósito de las horas, donde desembocan todos los ayeres, las ocasiones, las etapas, las edades, las épocas que se van.  Las oportunidades perdidas.  Todo lo que se hizo o lo que no se pudo hacer...

-Quiero ir a ese depósito –sonrió el hombre cuando sospechó que allí estaría todo lo que deseaba tener otra vez.

-Puede ir siempre que quiera –respondió el otro- los mortales llaman Memoria a ese depósito.

-Me parece que no me estoy explicando bien, quería decir otra cosa. Quiero volver al pasado y….

-Se cierra un ciclo y empieza otro -interrumpió el viejo-. ¿Entiende? Usted no quiere volver al pasado, quiere volver al origen, que es algo completamente distinto… solamente tiene que seguir esta luz.

Levantó el farol y señaló la llama de la vela. El hombre se encogió de hombros y no supo que responder. El otro se explayó mejor.

-Usted necesita una guia. Anteojos para ver bien, un bastón para apoyarse y una lampara que le ilumine el camino…

El hombre seguía silenciosamente confuso. El anciano giró la cabeza de un lado al otro, resignado.

- En otras palabras –explicó- Experiencia, para saber hacer, ver, anticiparse y no tropezar con facilidad. Razón para saber distinguir lo que es real de lo que no y Conocimiento para entender...

-Bueno, ahora le entiendo… pero todo es tan raro… ¿Por qué vino a tocar el timbre a mi casa?

-Para decirle esto que le he dicho…

Enseguida, el viejo inclinó la cabeza a modo de saludo y se fue lentamente en dirección a la avenida. El hombre quedó tan intrigado que decidió seguirlo. Supuso que llamaba por las casas para referir el mismo anuncio, pero no le vio ante ninguna puerta más. Las viviendas estaban habitadas por espíritus terrosos, quizá el mensaje era sólo para humanos. Cortaron la avenida inhabitada y entraron en el pequeño Barrio Cafferata.  El hombre prefirió que el viejo no le viera y dejó que se adelantara bastante. En cierto momento, dada la distancia, apenas veía el movimiento de la luz reflejándose en las paredes. Apurando el paso, tropezó en la esquina de Riglos y República dándose de narices contra la vereda.  Cuando se recuperó del golpe, miró a todos lados y vio que el aparecido ya no estaba.

“Que desilusión..” –pensó “¿Cómo sigo la luz ahora?”

Le dolía mucho una de sus rodillas y empezó a renguear. Recorrió las calles aledañas y no lo encontró. Comprendió que había obrado como un tonto, sin pensar. Repentinamente, una suave brisa venida del este refrescó su cuerpo agitado. Se llenó de una paz indescriptible. Al mismo tiempo, creyó oír unas palabras sueltas en el silbido del viento. Era algo relativo al porvenir.  El tiempo siempre está a favor del futuro, decía la voz. El hombre, más tranquilo, regresó a su casa.

©2013 Leonardo Golia Vincent