Invocación para preservar al Protagonista de la historia
Oh Señor, Dios Clemente y Misericordioso,
Por intercesión de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre,
Os suplicamos, os imploramos,
Que guieis a este pobre peregrino,
Incauto buscador,
Para que todo cuanto le ocurra suceda en su bien,
Protégelo de honores y de vanagloria
Y cuando la Ciudad de la Lágrima sea desvelada
Que su Secreto sirva para extender Vuestro Santo Nombre
Y el bien de nuestro prójimo.
Amén, Que la Piedra sea encontrada.
AUSENCIA
"...Y sentí Buenos Aires.
Esta ciudad que yo creí mi pasado,
es mi porvenir, mi presente;
... yo estaba siempre (y estaré) en
Buenos Aires."
Jorge L Borges: Arrabal
Despertó como arrancado de la Eternidad.
Merodeó por la casa y no halló a nadie. Salió a la calle y notó que las viviendas parecían gastadas por el tiempo. Algunas estaban en ruinas. Se le oprimió el estómago al descubrir que nadie en absoluto habitaba las casas. Negando las anomalías recorrió el barrio. Una quietud aterradora inundaba las avenidas, mientras el viento empujaba algunos objetos que atestiguaban el paso de los hombres. Autos abandonados, esquinas solitarias, ninguna voz. La mente afiebrada creaba mil conjeturas. Buscó a los amigos, pero sus moradas permanecían cerradas, llamó a cientos de teléfonos de Buenos Aires, pero ninguno funcionaba. En la pared de su habitación pegó un enorme mapa de Parque Chacabuco, su barrio, para rastrear casa por casa la posible existencia de otro ser humano. Llegó hasta los confines de la ciudad, la Avenida General Paz y se horrorizó de la visión: una bruma espesa y oscura le impedía atravesarla. Transitó la calle a lo largo, hasta el Riachuelo, que limitaba la capital por el sur y luego alcanzó el puerto, pero la niebla envolvía el perímetro de la ciudad y cerraba el paso por todas partes. Procuró internarse en ella pero las fuerzas le abandonaban. Por otra parte, cuanto más se adentraba, menos podía ver. Dentro de la niebla escuchaba, a lo lejos, como un ruido de espadas que chocaban y más adelante, en forma difusa, divisó algunas llamaradas e imaginó que también había una barrera de fuego. Desesperado, anduvo días ocupado en la búsqueda de alguien a quién preguntar. Gritó por los caminos. Lloró por las noches. De alguna manera su apariencia cambió, porque el peso de la melancolía venció su espalda hasta dar lugar a una pequeña joroba. Confuso, se encerró en su hogar durante días, quizá meses…
Cierta noche sucedió algo inesperado. De pronto, las fuentes de energía de la ciudad comenzaron a funcionar otra vez. El convaleciente saltó de su cama y salió a la calle. Aquel silencio, que creyó perpetuo, fue desgarrado por un alegre bullicio que venía desde una avenida cercana. Repentinamente, un numeroso grupo de viejos con barba blanca dobló por la esquina. Se dirigían calle adentro. Parecían enanos, aunque mucho más pequeños. Algunos vestían ropa de color cetrino con pentáculos bordados, otros, que cargaban leña a la espalda, un tipo de overol polvoriento. Varios tenían una especie de casquillo de metal en la cabeza y unos pocos, llevaban trompetas o espadas en las manos. Cuando pasaron delante del hombre, este se quedó como petrificado. Uno de ellos, acercándose, dirigió su trompeta hacia él y la hizo sonar con estridencia.
-¡Despierta! -le dijo, y continuó su camino.
Otro de ellos, tal vez herido por la mirada interrogante del hombre, dejó la cuadrilla y se acercó.
‑ ¿Qué pasa? ‑le dijo con el ceño fruncido.
El otro no supo responder.
‑Bueno… -murmuró al fin- pensé que... ya no quedaba gente en esta ciudad. Usted es el primer ser humano que vuelvo a ver...
‑Yo no soy un ser humano, soy un espíritu de la tierra.
‑ ¿Espíritu de la tierra?...pero usted es sólido, de carne y hueso ¿no? Además los espíritus no existen...
‑ ¿A no? ¿Qué soy entonces? ¿Un enano de jardín que funciona a cuerda?
‑ ¿Qué pasó con la gente? ‑ preguntó el hombre - ¿Porqué no hay nadie?
El espíritu se encogió de hombros.
-Hay alguien que sabe. Un ser llamado El Descifrante.
‑Pero... algo tuvo que haber pasado. La ciudad está vacía, excepto nosotros.
El otro explicó que la ciudad siempre había estado habitada por ellos y por El Descifrante. No sabía nada de seres humanos.
‑Desperté un día y me encontré solo ‑se lamentó el hombre - ¿Cómo es que nunca hubieron seres humanos? ¿Todo está deshabitado? Debieron de haberse despertado antes que yo y se fueron por algo que pasó… y no me avisaron.
El hombre, sentado en el cordón de la vereda[1] y con la frente apoyada entre las manos, se lamentó de su suerte.
‑La culpa la tiene el Destino ‑agregó‑ Quisiera poder crear mi propio camino...
‑ ¿No es mejor dejar todo en manos de la Providencia? ‑respondió el viejo‑ No te olvidés que hoy podrías pensar distinto a mañana. El deseo de ayer puede ser el dolor de hoy...
‑Nunca había visto un espíritu de la tierra ‑dijo el hombre cambiando de tema ‑ ¿Son muchos? ¿Viven bajo tierra como dicen las leyendas?
El anciano se quedó mirándolo, pensativo. Observaba como el hombre ensuciaba sus zapatos jugando con el agua podrida de la vereda.
‑Decís que vivías con otros seres humanos, que un día te despertaste y ya no estaban…
-Sí.
-Me parece que ya entiendo lo que pasó-sonrió el viejo - Pasa que sos el único que se despertó. Los otros son los que se quedaron dormidos…
‑No le entiendo...
‑Me vas a entender más adelante. La cuestión es que no te acordás de la Alegría que todo ser humano experimenta cuando Despierta.
-Sigo sin entender…
-No importa. Ya me vas a entender…
Como los otros viejos giraban la esquina, al otro lado de la calle, el anciano se despidió amablemente y corrió tras el contingente. Un Citröen 2CV conducido por cierta cosa verde cruzó la avenida. Pronto aparecieron más coches. La ciudad estaba en marcha otra vez.
©2013 Leonardo Golia Vincent